6 de septiembre de 2013

El Amor a un Ángel

Dice que le gusta dormir. No dormir por no hacer nada, como una escapada al mundo activo, no, eso no le gusta. Dice que le gusta dormir acompañada. Será que le gusta el sueño colectivo. Sí, colectivo, debe ser eso de subirse al bondi de los sueños, el único en el que más gusta viajar parado que ser el único pasajero.
Ese es su tesoro, la ves achinarse con cosas mínimas porque en ellas encuentra algún olor maravilloso. Un papel en blanco es todas las cosas que pueden hacerse en él. Un verso es la puerta a un mundo. Una siesta acompañada será algo igualmente maravilloso. Y quien la haya acompañado ganará su voz sonando en los oídos las simples y mágicas sílabas "gra -cias". Y quien la haya acompañado tendrá la bendición de ver combinados sus pícaros ojos con su tímida sonrisa. Pero eso es todo lo que ella dará.
Poco parece poseer ella las cosas, más bien las cosas la poseen a ella. Cuando encuentra algo, lo que sea, ella agarra de su bolsita de vida y vierte su propia vitalidad en ese hallazgo. Así, lo encontrado cobra vida y ella extiende los brazos dejándole claro que es toda suya. Pero las cosas no tienen deseos más que de ser. Ella se entrega de igual forma a las personas y reciben esa vitalidad suya, una muestra gratis de felicidad.
Y ahí entro yo. Mis deseos son perversos. No soy un ser de luz ni guardo parentesco alguno de ese tipo, soy un ser oscuro que se confunde fácilmente con la menor chispita. Estoy lleno de deseos retorcidos. Ella se cruzó conmigo, pobre de ella. Su espíritu no le permite dejar a nadie a la vera pero no sabe lo que hace, las consecuencias de sus actos van más allá de su comprensión.
Así fue hace años, hoy duermo con ella...
"...duermo con ella", frase fuerte. Sin embargo, toda esa fuerza que tiene para muchos explotó dentro mío y se desangró por la canaleta. Cuando les digo que soy un ser oscuro ¿ustedes piensan que no amo porque el amor no se corresponde con la oscuridad? Entérense que el amor es la oscuridad de los iluminados y de los lumínicos, el amor es lo único ante lo que sucumben los seres de la luz. Pues yo no sucumbí, no tengo piernas que postrar, no tengo frente que agachar. El amor y yo somos pares y aún así distintos
Y ahí estaba yo, junto a ella, tarde un día. Debería irme. O no. Pero entonces... Y sí. Lo siguiente fueron las sábanas de ella abriéndose para ella como todas las noches pero para mí por primera vez como las puertas del cielo cristiano. Pero era un engaño, era la luz que me cegaba, era luz, no habría el sucio y oscuro amor que repta entre los humanos, habría la misma cosa pulcra que ya había sido compartido con tantos y sospechosamente se mantenía impoluto. Lo vi. Mis ojos recuperaron su agudeza de tinieblas, atravesaron el ardor de la luz y efectivamente no había paraíso cruzando esas puertas de tela.
Hoy han sido muchas las noches que la acompañé. Todas las mañanas ella se ha despertado con los ojos gratos y los labios laxos. Hoy todavía no sale el sol, yo estoy sentado en el borde de su cama, ella está en el bondi de los sueños conversando con un tal yo. La gran labor que hace todo esto posible se la debo a mis garras. Nadie vería en mis manos más que carne torpe y dedos huesudos. Pero trabajan como largas garras abriéndose paso entre la piel y la carne, llegando al núcleo y extirpando cada pedacito de emoción que pueda activar en mí el mayor peligro.
Ella sabe que soy un monstruo, pero le encanta pasearme como a un perrito. No le gusta llevar la correa, entonces me la deja a mí. No me puede encadenar, entonces lo debo hacer yo. Tengo miedo de soltarme y arrastro ese miedo. Es la roca en la que afilo mis garras mientras ella duerme. Hoy el sol no ha salido y el desvelo está chupando de mí las últimas gotas de energía. Hoy me he sentado y acá estoy pensando, decidiendo, contando esta reflexión como un medio de esperar al sol.
Ella me había contado de una cara que pone al despertar, que curiosamente nunca vi y la que espero ver cuando no despierte con la gratitud con que siempre despierta. Hoy no despierta por su cuenta, decidí que no puedo esperar al sol. Cada minuto es más extenso que el anterior. Después de la extirpación ritual, no quiero demorarme en despertarla. Apoyo mi mano en su hombro y tiro de ella.

En la nebulosa de sus sueños, ese compañero se mezclaba con la memoria de otros compañeros. En ese teatro, cinco destellos desgarraron el telón de fondo y trajeron consigo cinco dedos de marfil. Su cuerpo etéreo quedó envuelto en la única materia sólida que jamás había soñado. Sus ojos se abrieron. Un rostro pétreo le devolvía la mirada. Ella miró la ventana, una bruma de luz matinal entraba y envolvía a ese compañero. El único que se iba con el primer rayo de sol.

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