9 de septiembre de 2013

Eterna opacidad de una mente atiborrada

Desesperadamente saboteé mi vida entera. Cargo culpas inexplicables, cargo culpas innombrables, cargo culpas que no sé dónde tirar. Fracasé una vez y saboteé mis paredes, ahora entiendo cómo son marcas de fuego en mis ojos. Quiero pintar mi pieza pero no. Quiero irme de acá, quiero irme lejos. Pero no quiero dejar la mujer que está acá. Pero se irá y la perderé por esperarla. Mientras me siguen pesando las cosas que no son cosas en mi pieza ni en la casa, son las cosas en mi cabeza y cómo pesan. No tengo forma de lavarme el cerebro, quitar todo de ahí dentro. Quiero lobotomizarme, quiero una lobotomía, quiero sacarme todo o mejor volver a nacer. Todos estaríamos encantados de volver a nacer, seguros de que haremos todo mejor. Sin embargo nuestros deseos se han formado en esos errores y no valdría lo que valoramos esa vida que deseamos. Es melancolía, la dulce tristeza que recurrimos, la pretensión de lo imposible, verdaderamente imposible. Quiero tener acá delante mío a todos los que han desfilado por mi vida, quiero obligarme a verlos y que sepan que son vistos. Quiero lograr superarlos y que lo sepan. Quiero lobotomizarlos, extirparles las neuronas en que estoy grabado. Quiero que no sea más eterno el resplandor de esta mente sin recuerdos. Quiero pulir la superficie de esta tábula y reescribirla, aunque implique la languidez y fragilidad de una tabla de piedra fina. Quiero ser frágil, no una bolsa de carne que sólo se magulla, quiero ser frágil y que el próximo golpe me parta y esparza mis trozos. No logro concentrarme en la vida, mi mente se dispersa en estos fracasos y malogros. No logro hacer foco y la vida sigue pasando y sigue blureándose. El mundo pasa a mi lado y lo veo pasar y no entiendo cómo estirar el brazo para asirlo todo. Pero lo entiendo al primer instante tarde. Por momentos tengo la claridad de lo que es hermoso pero se escapa de mi mente con más facilidad de la que llegó y da pronto lugar a los mismos venenos. En mi vida no he superado nada, sólo lo he dejado a un lado. A un lado espera para surgir de nuevo y sólo puedo confiar en que el movimiento me mantenga a salvo. Comienzo a dudar de estar realmente en movimiento y comienzo a sentir mi cuerpo pesado y lento y rígido. Pétreo. Sigo desvelándome, sigo consumiendo fuerzas inútiles. Sigo distrayéndome en ganas de hacer cosas inconsecuentes, olvidando la claridad de las cosas hermosas que fácilmente me mostrarían cómo realizarse. Pero nunca lo descubro, nunca lo sé, la facilidad de leer, la facilidad de aplicarme en una labor, la facilidad de prestar mis servicios y mantener orden para los demás, la facilidad de decir las palabras que los demás quieran escuchar, la facilidad de construir puntos de encuentro con las gentes que han pasado cerca mío y han querido que esta mente las recuerde. No existen mentes sin recuerdos, es una mente sin recuerdos la que se contamina con distracciones. Las ganas de coger han sido distracción, la paja ha sido distracción, los juegos han sido distracción, los videos han sido distracción, la música ha sido distracción. Ha sido distracción todo lo que ha sido concebido como inconsecuente, todo lo que ha tenido el carácter de ese momento en que ocurría ¿Cómo encontrar en cada elemento su potencial creador si me recuerda su inconsecuencia funcional a mi autodestrucción?

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